domingo, 10 de abril de 2011

(Sin título)




Siento que me derrumbo a veces, con miedo a descifrar las palabras que inconstantes giran en mi cabeza, pero que sin embargo se quedan ahí, donde siempre, donde mismo.
Y de pronto se alejan, cuando quiero nombrarlas, se escabullen sigilosas, como el bufón de Manuel , como las palabras de Silvio; se han vuelto egoístas de sí mismas y la sensación de vacío, cala más fuerte mis sesos, como que nunca hubo un pensamiento y he llegado a pensar que ya no pienso, que son imágenes de otra vida las que me rodean y son sólo recuerdos de algún pasado  o tal vez son premoniciones de mi mente infantil que desea irremediablemente, inventar una historia que nunca tendrá final, ni menos será feliz.
Son como sombras que me gritan, cosquillean mis palabras más serias que debo hilvanar para cumplir con los deberes, juguetean certeras, alejándome de lo que se supone, realmente importa.
Se toman un descanso susurrando en mis oídos y me pellizcan los ojos, como haciéndose notar, pero a la vez dudosas y tímidas, se ríen como niños pequeños. Trato de mostrarlas, de hacerlas poéticas, de darles aliños, merquén y sal, un poco de jengibre, para que su sabor picante me mordisqueé la lengua y sin embargo son salobres ausencias; sigo inventando y no paro, entonces golpeo con fuerza mis sienes, de tanta rabia por no poder decir lo que quiero, porque las palabras se escaparon sin dueñas y no logré retener el centro, ni la corteza quedó como prueba. Siento a  veces que no existo, que ni siquiera las letras de mi inconsciente pueden quedarse conmigo. Veo un camino lúgubre, oscuro, frío, silencioso, cadencioso, que hace sonar mis pasos, pero que no logro quedarme en nada, miro hacia dentro de mí y lo más triste de todo, es que es igual que afuera.