No sé lo que voy a decir. Ignoro lo que voy a cantar.
Mi voz aún está en el fondo de mí mismo.
Sonrío como una madre que siente a su hijo agitarse en las entrañas.
Al igual de ella, yo no sé si mi canto será rudo como un hombre o tierno como una mujer.
No lo sé; pero estoy cierto de que vive y se nutre silenciosamente.
No lo sé; pero sonrío imaginando su belleza.
Cuando él nazca, yo también estaré entre la vida y la muerte.
Y cuando él pueda valerse por sí solo y lleguen mis amigos, yo lo presentaré orgulloso y embelesado.
Y él cantará con su voz pura y juvenil.
Mis amigos sonreirán indiferentes y yo no diré nada, nada…
Sólo sufriré, porque sus palabras, como aves perseguidas, buscarán mis oídos con insistencia.
Sólo sufriré, porque mi canto no tiene cabellos que poder acariciar, ni ojos que poder besar, ni cuerpo que proteger entre mis brazos tristes y paternales.
Pocas veces un autor, chileno, había logrado llamar tanto la atención, por su forma de escribir que me refleja muchísimo, en especial este poema.